miércoles, 6 de junio de 2001

Una fiesta de los sentidos

Muchos pensarán que los libros son cosa del espíritu. Paradójicamente, una feria de libro viejo y de ocasión es, además, todo un regalo para los sentidos del buen aficionado. Quienes pertenecen a esa especie rara e incomprendida que son los bibliófilos saben que el contacto con un libro, y especialmente con un libro viejo, desafía al que lo toma en sus manos con toda una serie de estímulos no muy lejanos a los que en el gourmet despiertan los platos mejor aliñados.

Cuando rebuscamos en los anaqueles repletos de pieles gastadas y de papeles que amarillean, es inevitable un leve picor en las narices: las partículas de polvo añejo que arrojan a la atmósfera los libros al ser manipulados, hojeados o cerrados con un pequeño golpe aportan un entrañable elemento de sacrificio, parecido al lagrimeo del cocinero al cortar la cebolla. Las yemas de los dedos sucias al terminar el huroneo por las estanterías son también consustanciales con esta actividad.

La vista conoce el amarilleo característico que proporcionan los muchos años de sol; las manchas que procuran la humedad y el moho; el desgaste que en lomos y cantones provoca el mucho uso. El bibliófilo avezado distingue colecciones y editoriales ipso facto, sólo por sus características físicas. Si encuentra algo que le gusta, exagera su cara de desinterés al preguntar el precio. El librero avezado, por su parte, reconoce ese gesto y nunca rebajará el artículo. Una vez en casa, el coleccionista experimentará el deleite de abrir con el abrecartas, uno a uno, los pliegos del libro que permanecía intonso (pocas palabras hay tan hermosas en el diccionario), a la espera de un dueño y lector.

Los que gustan del libro de ocasión conocen el placer sublime que reporta el encontrar en la fila de los 3 por 1.500 aquel ejemplar que llevaban buscando años, esa monografía apasionante publicada por una editorial humilde y con poco acceso a la distribución, muy poco vendida, descatalogada pronto y, por tanto, condenada al agujero de los restos de edición. Después de dar tumbos por almacenes y puestos de feria, de cambiar de manos sumergidos en la marea de los lotes comprados y vendidos casi al peso, el libro encontró su destinatario; porque de esto se trata: de cumplir un destino. Todo libro llega a su lector; es cuestión de tiempo. Canarias 7 Fuerteventura.

martes, 9 de enero de 2001

Conversaciones en la tahona

Después de sus estudios en Las Palmas, don Manuel Barroso Alfaro marchó a Caracas en 1960, donde continuó su formación y hoy reside. Nacido en Ampuyenta, no olvidó nunca sus orígenes; prueba de ello es la serie de libros que ha entregado al Servicio de Publicaciones del Cabildo de Fuerteventura, que en 1997 le publicó la biografía Doctor Mena y Mesa, médico ilustre de Fuerteventura, sobre un interesante personaje del siglo XIX majorero que se cuenta entre sus antepasados. A fines del 2000 que acabamos de cerrar ha aparecido Conversaciones en la tahona, compendio insustituible, ameno y bien ordenado de datos etnográficos e históricos sobre la Ampuyenta de entre 1945 y 1953.

Don Manuel no es un gran escritor; sí es, en cambio, una persona metódica, rigurosa y generosa de sus conocimientos. Volvió con cierta frecuencia a la isla que lo vio nacer y a su admirable memoria añadió numerosas informaciones y algunas de las preciosas posesiones de sus antepasados, que de otra forma se hubieran perdido. Menciona en su librito, como de pasada y pidiendo siempre disculpas por la digresión, las circunstancias en que diversos enseres se encontraban allá por los 50 y, cuando es posible, su actual localización y estado. Todo ello procede de un intenso afán por la conservación del pasado y de la notable voluntad archivística de don Manuel.

Conversaciones en la tahona va a ser de ahora en adelante una obra -casi un manual- fundamental a la hora de comprender el ciclo de la agricultura en la Fuerteventura de mediados de siglo: la siembra, la lluvia, la arrancada, la peonada, la saca, la trilla, el aviento, el tabloneo. Con una retórica un tanto acartonada, muy propia del más tradicional ambiente cultural hispanoamericano, Barroso Alfaro describe con gran eficacia y viveza las faenas del campo, los aperos, las bestias, los lugares, las palabras y las personas, explicando todo aquello cuyo significado no resulte evidente para un lector foráneo y, no obstante, conservando la intimidad y el cariño con respecto a hechos que recuerda como propios.

También se detiene en otras labores propias de la vida rural aunque no directamente relacionadas con la agricultura: el arreglo de caminos, el desentullir los pozos, la torta, etc. Cierra el volumen con un capítulo dedicado a la fiesta de San Pedro de Alcántara, patrón de Ampuyenta, en la que la claridad del recuerdo es admirable. Con un tono siempre positivo, invita a los actuales majoreros a beber de sus orígenes, a conocerlos para tender un camino al futuro y a no despreciar las virtudes de aquellos majoreros, que él resume en tres principales: la honestidad, la creatividad y la laboriosidad.

Barroso Alfaro incluye en su muy completa descripción de la Fuerteventura de su niñez datos geográficos, sociales, históricos, laborales, ciudadanos, religiosos, artísticos, naturales... Su memoria se convierte en valioso requisito de nuestro saber, y sus exhortaciones, aun teñidas de cierto católico e inoportuno lirismo y pasadas por un prisma evidentemente conservador, son encomiables. Él, porque no es nacionalista ni pertenece a secta alguna, es capaz de citar a Anton Chejov: “habla y escribe de tu pueblo y serás universal”. Canarias 7 Fuerteventura.