domingo, 17 de noviembre de 2019

Todo lo que nos queda por delante

[Néstor Villazón, La culpa colectiva. Sevilla: La Isla de Siltolá, 2019, 68 pp.].

Desde el primer vistazo al índice se revela La culpa colectiva como un libro que indaga en torno al equilibrio vital y que, por más que la voz lírica acuda a procedimientos razonables, no acaba de encontrarlo y naufraga, a lo sumo, en el estoicismo y en el mal menor. Medir la realidad nunca deja de ser un proceso que queda en tentativa, y la estructura del poemario es significativa a ese respecto: cinco partes muy equilibradas pero no perfectamente iguales en número de poemas denotan afán por el orden pero también la resignación de quien se conforma con mantener a raya el caos.

Néstor Villazón (Gijón, 1982) es poeta y dramaturgo, y eso se hace ver en su ficción lírica, que, si no dialogada, siempre es dialógica: nunca falta un o un vosotros al que la voz poética pueda dirigirse en su exploración de la realidad y de sus sentimientos, requiriendo a veces de forma explícita al lector (“Imaginad a la mujer de vuestra vida […].// Ahora preguntadle qué quiere ella”, p. 39). Es así también cuando se autointerpela (“Ahora sabes del sentido del amor”, p. 19), disociándose de la misma voz poética para dirigirse a sí mismo en segunda persona.

Poema y vida son la misma carne. Así queda de manifiesto en el arranque del libro (“Nota de autor”) donde la frontera entre la voz poética y la voz del hombre queda difuminada ya desde la partida. Y la materia de la que están hechos tanto el poema como la vida es el amor, un amor indescifrable (“Amigos, el amor os sobrepasa.// Quien hable algún día de amor/ está mintiendo”, p. 15) que viene y va, sumiendo a la voz lírica en el ahora más acuciante hasta el final del libro (“Piensa que jamás hubo tiempo/ en el amor, sino el momento exacto”, p. 60). Un amor y un desamor que, de forma cotidianamente dramática, se superponen en los gestos y en el devenir, sembrando de apariencia y de fugacidad la vida y resolviéndola en abismo (“Los actos verdaderos”, p. 17) y en decepción (“El fin de la enseñanza”, p. 19), con la vida entendida como “una deuda que nadie entiende”.

El sujeto se revuelve contra todos, acusándolos de compartir un concepto engañoso del amor. Es la “culpa colectiva” (p. 23) de quienes se aferran a la quimera del amor y su recuerdo. Toda la segunda parte del libro, inspirada en un verso de Juan Luis Panero (“Fueron antes los nombres y las fechas”), desarrolla un ejercicio de confesión y de desmitificación de la memoria sentimental a través de la anécdota y de la reflexión. En la tercera parte del libro, Villazón despliega enumeraciones y anáforas que insisten machaconamente en el sentimiento de inanidad de la vida, como queriendo convencernos de que lo es todo menos solemne o heroica. Su “Resumen de una vida” (pp. 37-38) enlaza con el Ángel González más desengañado y cotidiano, y su “Contrato social” (p. 39) vuelve a insistir en el amor como intercambio de servicios, como hechura social vestida de idealismo; en definitiva, como culpa colectiva.

La despedida y el cierre del luto por un amor para dar paso al siguiente, con la lección aprendida (“El fin de la enseñanza”, p. 19) y una actitud mucho más desengañada o resignada (“Acta est fabula”, p. 56, “El final del cuento”, p. 58) centran la última parte del libro, que en “Despedida” define aparentemente lo que antes había dado por indefinible: “sabrás de amor/ cuando escribas el poema/ que huye de él” (p. 60), con un remate pleno de certezas inasibles.

El marco psicológico es mucho más importante que el imaginario en la poesía de Villazón, cuyo estilo, muy arraigado en el realismo (con referentes como el mencionado González, José María Fonollosa o Felipe Benítez Reyes), se sirve de un lenguaje llano y abunda en el uso de la antítesis y de figuras de pensamiento relacionadas, como la ironía o la paradoja, que maneja sin aspavientos. Dice en la p. 17: “mientras tú vuelves con la luz/ que solo da la noche”. Dice también, en la p. 49: “es cierto, ha sido un mal día,/ pero piensa en todo lo que nos queda por delante”, en una estupenda anfibología cuyo verdadera intención es imposible descifrar: ¿lo que nos queda por delante nos consuela o nos hace considerar la desdicha pasada como tan solo una minucia…? Se trata de una poesía muy rítmica, apoyada sin encorsetamiento en la métrica pero, sobre todo, en el juego de repeticiones, paralelismos, polisíndeton, anáforas: todo aquello que otorga a un poema una eficaz legibilidad y que está muy presente en la obra de este hombre del teatro. El coloquio de los perros.