Conocí a Inés Matute hace algunos años. Ella, bilbaína que vive ya hace mucho en Palma, dirigía y dirige una estupenda revista de literatura y arte en línea, y yo había aterrizado en Mallorca hacía algún tiempo con mis escritos debajo del brazo. Nuestra amistad, que empezó con mi colaboración en Luke, se ha ido extendiendo progresivamente a sus libros, a los míos, a los últimos jueves de Toni Rigo en Literanta, al tapeo, a salir juntos en una antología de Román Piña y, con permiso de Malene y Joaquín, a la confidencia. Hace tiempo ya que me he resignado a dejarme arrollar por la vitalidad de Inés, que parece inagotable y es un excelente estímulo. Ahora me dejo arrollar una vez más y con gran placer por el tren narrativo de su Focus, once paisajes para Eros.
Queda muy claro desde el título de este volumen: mucho más importante que el amor y el sexo en sus diversas facetas es su paisaje, o sea, todo eso que los rodea e impide que constituyan una experiencia pura y unívoca, al estilo romántico. Inés Matute ya había demostrado en Autorretrato con isla (Tegueste: Baile del Sol, 2007) ser conocedora del carácter esencialmente relacional y, por tanto, conflictivo de la naturaleza humana. El amor no puede escapar a ese esquema problemático y delimitado por infinitas aristas, algunas de ellas ocultas a nuestro entender y la mayor parte de las veces dolorosas y perfectamente ajenas a la concepción edulcorada que tanto han cultivado la literatura y el cine. Del padre Fulgencio, uno de los personajes que habitan el libro, es la sabia afirmación que sigue: “Los tipos puros no existen. No hay hombres fuertes y hombres débiles: hay diferentes maneras de combinar la fuerza con la propia debilidad”.
Que Matute es una escritora de raza lo demuestran el humor que destilan sus relatos y que suele cuajar en inteligente ironía e incluso en sarcasmo, de acuerdo con una visión de la vida alejada de la ingenuidad o el idealismo; su cosmopolitismo, que permite que ningún contexto geográfico, cultural, sexual o profesional sea ajeno a su interés narrador; y la apertura tanto a los cuentos que respetan los límites de la realidad posible como a aquéllos que, por su contenido fantástico u onírico, exigen un saludable reacomodo de la imaginación lectora. El relato parece ser siempre un reto para Matute, y en esto se nota la calidad de los narradores orgullosos.
Así, encontraremos en el libro relatos de intriga; y, tratándose de Matute, esa intriga será de carácter eminentemente psicológico. En “Trabajo de abejas” comprobamos la confusa condición de un amor rechazado; una imagen como “siento que el corazón se me abre y de su interior sale un sapo colorado” expresa el doloroso atolladero personal que supone un amor culpable pero imposible de contener. En “Rojo y picante” se explora, con total desenvoltura y desde una voz políticamente incorrecta, el papel que los recuerdos desempeñan en la identidad de las personas, y hasta qué punto la desmemoria es un estado temido y deseado al mismo tiempo. “Floraciones” indaga de nuevo en las posibilidades del juego de los indicios y de los desenlaces inesperados; las menciones recurrentes a Agatha Christie no son casuales en esta historia de celos, dudas y amor propio por encima de las convenciones éticas.
“Torres gemelas” aprovecha el impacto de un acontecimiento que ha marcado a las generaciones presentes –y que conforma ya una de las metáforas de nuestro tiempo– para glosar cierta modalidad del amor que sólo en apariencia se aparta de la convención romántica, pero que abunda en este caso en la abnegación, en la dignidad y en la persistencia más allá de la enfermedad y la muerte. “Un lindo capullo”, por su lado, desmitifica el contemporáneo mundo del sexo por Internet. La complejidad de las relaciones convencionales (el engaño, los complejos, los miedos, la correción social) se traslada al mundo virtual, y los detalles cómicos no impiden que la reflexión sobre la incomunicación y el aislamiento nos deje un regusto amargo.
“Impar en Lannemezan” es la sorprendente historia de una mujer solitaria que busca el deseo perdido en un rincón de los Altos Pirineos, y para ello no dudará en seducir a todo aquel que se cruce en su camino; “Boda con panteras” es una melancólica ventana sobre la ambigüedad, los celos y los amores descompensados; “¡Peliculera!” deja constancia de que el amor y el odio están más cerca el uno del otro de lo que a veces suponemos. En el terreno fantástico, “Firmado en las nubes” presenta a la muerte como una hembra engañosamente deseable. “Efecto dominó” constituye una narración espléndida, de una precisión y una ternura incalculables, expresión de una femineidad sorprendente y muy reveladora. “Asaltacamas”, por último, es una divertida fábula en que dos amantes en busca de una cama que se les niega reiteradamente se dan paradójicas y sucesivas citas con una serie de personajes de la literatura y el arte universales. El nexo de unión entre ellos es su encadenamiento a una cama (voluntario o determinado por la enfermedad física o mental), que desliza así la materia erótica en el ámbito del desencanto vital.
Son múltiples aspectos del amor, todos ellos instalados en la dificultad de proporcionar al mismo un cauce estable, sereno, reconocible, inequívoco, fluido o equilibrado. Este libro de Inés Matute deviene, así, diagnóstico acertadísimo de una dolencia que en el fondo conocíamos pero que, anclados aún en convenciones amorosas del siglo XIX, no nos atrevíamos a declarar en voz alta. Dada la intrínseca imposibilidad de un discurso coherente sobre el amor o desde el amor, parecen proponer estos cuentos, abordemos sus circunstancias. Lo cual es, creo yo, un magnífico punto de vista narrativo y, narraciones aparte, prueba de considerable inteligencia.
(Prólogo del libro).
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