[Máximo Hernández, La eficiencia del cielo, Cambrils (Tarragona): Trujal, 2000.]
Hasta hace escasos años, Máximo Hernández había sido uno de esos poetas ocultos que desgranan su labor en la oscuridad de su cuarto, sin dar cuenta a nadie de sus hallazgos. Supuso su primer acercamiento a lo público la dirección, al alimón con José Gregorio Ojínaga, del Aula de Poesía de la llamada Escuela de Sabiduría Popular, academia de carácter no institucional que había nacido en Zamora como fruto del singular movimiento cívico que llevara a cabo la toma pacífica del antiguo Cuartel Viriato en 1994 y su posterior ocupación y uso por diversos colectivos. A finales de 1995, junto con Julio Marinas, Carlos Martín Miñambres, el citado Ojínaga y quien firma estas líneas, funda en la misma capital la Asociación Cultural Lucerna, en cuyo seno desarrolla diversas actividades creativas, gestoras, críticas y editoriales, siempre en torno al mundo de la poesía.
Estas experiencias lo animan a dar a conocer su creación y, en cuestión de apenas un lustro, publica varios poemarios y cuadernos poéticos, entre ellos Desde la isla (Zamora, 1998), Rumor de tu existencia (Cambrils, 1998), Cerimonial do tempo (Lisboa, 1998), Matriz de la ceniza (San Sebastián de los Reyes, 1999) y Ciudadano Humo (Padrón, 1999), así como un cuaderno de greguerías, Algo más que un paseo (Zamora, 1996). Ha participado en las antologías y poemarios colectivos Poeti europei (Roma, 1998), La alquitara poética (Béjar, 1998), Gatos, gatos, gatos. Bestiario (Madrid, 1999) y Tempestades de amor contra los cielos. Homenaje a José Agustín Goytisolo (Cambrils, 2000). Es habitual colaborador en tertulias y recitales, al igual que en revistas de creación como Los Cuadernos del Sornabique (Béjar), Cuadernos del Matemático (Getafe), Batarro (Almería), Prima Littera (Rivas-Vaciamadrid), El Extramundi y los papeles de Iria Flavia (Padrón) o Poesía, por ejemplo (Madrid). La alta calidad de su poesía, bien refrendada por su rápida difusión, fue reconocida en 1998 con la concesión del Premio Nacional de Poesía José Hierro a Matriz de la ceniza, un magnífico ejercicio de personalidad poética y uno de los libros de mayor rigor y lucidez publicados en España en los últimos años. De Matriz se puede elogiar el alarde métrico, la ausencia de compromiso con escuelas o capillitas, el cincelado de su compartimentación o la coherencia de su sistema de pensamiento.
Es ahora el turno de La eficiencia del cielo. Y lo primero que llama la atención en él es la exactitud minuciosa de su ensambladura, algo que, sin embargo, forma parte de la poética de Hernández y que siempre pugna por, cuando menos, asomar en sus libros. En este caso, como puede observar el lector, no existe tal asomo, sino aritmética insolencia: el poemario se divide en dos series paralelas, encabezadas por una cita bíblica cada una, y cada una de estas series a su vez en cinco secciones que constan de siete poemas de siete versos de siete sílabas...; y el título de cada poema es la suma de un heptasílabo y un sustantivo que, a modo de epítome, completa la breve composición. Hay que observar que, además, da paso a este complejo polinomio un poema introductorio de siete versos alejandrinos que se llama, precisamente, “Ajuste de cuentas”, y lo clausura el titulado “Resolver el problema: Álgebra”. El tradicional valor mágico del número siete preside todo el poemario y lo impregna de un simbolismo entre sacro e irreverente, y los múltiples paralelismos hacen más contundente si cabe la denuncia que los versos emiten contra el desengañador paso del tiempo. La cita del Evangelio de San Mateo que abre el libro aclara el enunciado de la ecuación: “setenta veces siete”.
Este encaje de bolillos métrico y arquitectónico podría parecer gratuito alarde si no reflejase también una fuerte voluntad de correlación conceptual. Las citas veterotestamentarias que abren las dos series manifiestan una impotente protesta: el pacto bíblico, expresado en términos numéricos que coinciden sospechosamente con las circunstancias biográficas del autor (“...y vuestros hijos serán nómadas cuarenta años en el desierto...”) se revela vano, no eficiente. La tierra de promisión que supuestamente nos espera en la edad adulta no contiene otra cosa que desazón, pérdida de la inocencia, despertar a la violencia o al tedio, conciencia de la mortalidad. Así, la palabra y el concepto de circo, que inicialmente acogen un espacio de diversión y maravilla para el niño, degeneran para abarcar en la segunda serie todo lo que de grotesco, por cruel o estéril, contiene el mundo. La escuela y las vacaciones, que en la primera parte son ámbitos inaugurales y esperanzados del conocimiento, en la segunda se reducen a apenas manuales de descarnadas lecciones cotidianas.
La eficiencia del cielo, a través de dos visiones del mundo contrapuestas y simbólicamente separadas por cuarenta años cuya solución de continuidad estriba en una desnuda cita del Deuteronomio, consigue que el lector perciba y sufra como brusco tránsito lo que habitualmente consiste en largo proceso: el paso de la lozanía a la decrepitud, de la inocencia a la hipocresía, del juego a la violencia, del aprendizaje a la alienación. En la percepción sensorial del niño, el sencillo “chaparrón de sal” que esperan las patatas asadas es nada menos que “sazón del mundo”; para los sentidos del hombre maduro, en cambio, el espectáculo milagroso del ocaso, interpretado en el genial, hermosísimo poema “Ojos entre dos luces: Crepúsculo”, no significa otra cosa que “labor y cansancio / trémulos, absolutos”. No cabe mayor abismo entre el entusiasmo y la desesperanza, y de aquí lo trágico del celestial incumplimiento. De aquí el duro reproche existencial.
Pues existencial es la raíz de la poesía de Máximo Hernández. No es, como decíamos antes, la primera vez que combina ese trasfondo filosófico con estructuras cerradas, diseñadas con criterios matemáticos; el entramado de Matriz de la ceniza ya era muy estricto. El afán del poeta por el orden, los números significativos y los ciclos viene de antes: ya en un poema extenso de 1992, “Círculo”, describía la vida como un girar casi eterno en una espiral de repeticiones y desencanto. La medida disposición de Matriz de la ceniza y de La eficiencia del cielo no sólo es, y lo es, gusto por la simetría y el unitarismo formal, ni tampoco la deformación profesional del funcionario que ha visto discurrir casi todos los aspectos de la vida en los litúrgicos términos del debe y el haber. Es, sobre todo, signo de la redondez de la existencia, y también de su misma inanidad, ominosa e indignante, que a veces llama a la rebelión y otras al desarraigo. Prólogo del libro.
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