Muchos pensarán que los libros son cosa del espíritu. Paradójicamente, una feria de libro viejo y de ocasión es, además, todo un regalo para los sentidos del buen aficionado. Quienes pertenecen a esa especie rara e incomprendida que son los bibliófilos saben que el contacto con un libro, y especialmente con un libro viejo, desafía al que lo toma en sus manos con toda una serie de estímulos no muy lejanos a los que en el gourmet despiertan los platos mejor aliñados.
Cuando rebuscamos en los anaqueles repletos de pieles gastadas y de papeles que amarillean, es inevitable un leve picor en las narices: las partículas de polvo añejo que arrojan a la atmósfera los libros al ser manipulados, hojeados o cerrados con un pequeño golpe aportan un entrañable elemento de sacrificio, parecido al lagrimeo del cocinero al cortar la cebolla. Las yemas de los dedos sucias al terminar el huroneo por las estanterías son también consustanciales con esta actividad.
La vista conoce el amarilleo característico que proporcionan los muchos años de sol; las manchas que procuran la humedad y el moho; el desgaste que en lomos y cantones provoca el mucho uso. El bibliófilo avezado distingue colecciones y editoriales ipso facto, sólo por sus características físicas. Si encuentra algo que le gusta, exagera su cara de desinterés al preguntar el precio. El librero avezado, por su parte, reconoce ese gesto y nunca rebajará el artículo. Una vez en casa, el coleccionista experimentará el deleite de abrir con el abrecartas, uno a uno, los pliegos del libro que permanecía intonso (pocas palabras hay tan hermosas en el diccionario), a la espera de un dueño y lector.
Los que gustan del libro de ocasión conocen el placer sublime que reporta el encontrar en la fila de los 3 por 1.500 aquel ejemplar que llevaban buscando años, esa monografía apasionante publicada por una editorial humilde y con poco acceso a la distribución, muy poco vendida, descatalogada pronto y, por tanto, condenada al agujero de los restos de edición. Después de dar tumbos por almacenes y puestos de feria, de cambiar de manos sumergidos en la marea de los lotes comprados y vendidos casi al peso, el libro encontró su destinatario; porque de esto se trata: de cumplir un destino. Todo libro llega a su lector; es cuestión de tiempo. Canarias 7 Fuerteventura.
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